Pensando la pluralidad
Conversación entrevista con
José Marzo
Por Carlos Cortés
Cuando leímos hace algunos
años La alambrada, esa historia al límite entre un moribundo y su
sobrino, algunos pensamos que la novela seguía siendo posible y necesaria en la
sociedad contemporánea. La lectura del ensayo El paso, que antes de ser
libro se publicó por entregas en la revista Luke, entre los años 2000 y 2004, también nos hizo ver
que son posibles y necesarios el ensayo y la filosofía escritos desde fuera del
mundo académico… Si la democracia es una «anomalía histórica», como dice en uno
de sus aforismos, José Marzo es también una anomalía en la cultura española
actual, una «anomalía literaria».
Agua es
un libro sencillo y complejo a la vez. Cada aforismo es una llamada a nuestra
inteligencia, una caricia que despierta una sensación, a veces una bofetada
inesperada que nos aturde. Hay que leerlo: «Un buen aforismo es el peldaño que
el lector pisa para subir». Leamos, pisemos y subamos.
La dedicatoria
CC: En la dedicatoria de Agua, hay una
alusión al 15M: «A los que, en la plaza o en su estudio, vieron más lejos y más
claro».
JM. Quería subrayar ese doble plano de lo público y lo privado. La plaza,
en la cultura española, es el símbolo de la vida pública. Aunque cada vez
menos, porque los grandes centros comerciales, con sus avenidas con aire
acondicionado y comercios, las han sustituido casi por completo…. Pero sí,
también pensaba en el 15M. Comencé a escribir Agua en mayo de 2011. En
principio, sólo quería recoger mis impresiones y reflexiones sobre lo que
estaba sucediendo.
CC. ¿Cuál es tu opinión sobre el Movimiento de los Indignados?
JM. El 15M es lo mejor que le ha pasado a la cultura europea en las últimas
décadas, desde el Mayo del 68. Me refiero a la cultura política democrática.
Prefiero hablar de «15M» y no de «movimiento de los
indignados». En español, hay una distinción muy clara
entre «ser» y «estar». No es lo mismo, desde luego, «estar indignado» que «ser un indignado».
CC. ¿Adónde quieres ir a parar?
JM. Hay un momento para la indignación y la protesta y otro momento para la
reflexión y la propuesta constructiva. También yo me indigno, claro, quién no;
pero la cabeza siempre debe dirigir nuestras acciones. La cabeza, la
racionalidad, siempre delante. Hay algo que no me acaba de gustar en esa
supuesta identificación de los que en un momento dado protestamos con la mera
indignación. Me recuerda a esa ideología medieval que dividía a los hombres entre
la nobleza que guerrea, el clero que reza y la plebe que labora. Los poderes
dominantes pueden tener un interés por identificar a los contestarios con la
irracionalidad. Dividir el sistema actual entre los empresarios que invierten,
los políticos que gestionan y los ciudadanos que trabajan y protestan… La
democracia no resistiría esas divisiones estamentales. No son reales, porque
todas las personas tenemos talentos diversos… Y a lo largo de una biografía
individual, uno puede cumplir sucesivamente funciones distintas. No sé si me
explico…
CC. Perfectamente.
JM. El nombre de «15M», que fue el primero y original, es más neutro, y puede englobar esas dos
actitudes complementarias, racionalidad y contestación indignada. La capacidad
de crear, la de gestionar, y también la posibilidad de crítica.
CC. ¿Participaste en el 15M?
JM. En la asamblea de la localidad donde resido. Sólo estuve en una ocasión
en la Puerta del Sol, en los primeros días. Comenzaba mis vacaciones anuales poco
después, en el mes de junio. Me marché de Madrid y, aunque tenía previsto
escribir una novela corta, estuve muy atento a todo lo que ocurría y comencé a
escribir los aforismos de Agua. También, casi inmediatamente, empecé a
publicarlos en Twitter, aunque no debía haberlo hecho.
CC. ¿Por qué?
JM. Aislados, pierden
significado. Los aforismos hay que entenderlos en su conjunto. Un aforismo
suelto puede ser sólo una ocurrencia. Sin su contexto, se malinterpreta
fácilmente.
CC. Entiendo, entonces, que
tu primer conocimiento del 15M fue a través de la televisión y de las redes sociales…
JM. Al regreso de las
vacaciones, comencé a frecuentar las reuniones semanales en la localidad en la
que resido, al sur de Madrid. No fui un miembro muy activo, pero conocí a
personas muy interesantes. Vi cómo el movimiento se iba reduciendo con el paso
de las semanas y de los meses. Cómo el centenar de personas de las primeras
reuniones se iba reduciendo hasta un pequeño núcleo de diez personas o poco más,
al cabo de un año. Luego hubo algunas disensiones de fondo y acabé por
distanciarme. Fue una experiencia muy interesante.
CC. ¿En qué sentido opinas
que ha sido muy importante para la democracia?
JM. Por primera vez, se
planteó una alternativa estrictamente democrática a la forma actual de la
democracia. Ya se había desechado el modelo comunista. Se hablaba de igualdad y
de libertades, de participación, nada más que de una democracia mejor…
CC. …y nada menos.
JM. Y nada menos.
CC. Han pasado cinco años.
¿Qué queda del 15M? ¿No es una pena que se fuera disolviendo?
JM. Quizá no. Pienso que sus
efectos están por verse. Cumplió una función histórica importantísima. Dinamizó
la cultura política, que fluye a un nivel más profundo que las prácticas
institucionales o las de los partidos políticos. Es preferible que no haya
tenido continuidad y nadie pueda apropiarse de su legado, porque así seguirá
siendo una fuente de inspiración. Pienso que, sobre todo, fue un semillero de
ideas, ideas para una nueva política, un nuevo tipo de asociacionismo y
sindicación, ideas para una manera diferente de organizar las empresas y la
economía…
(…)
Literatura
CC. Yo diría que Agua
es sobre todo un libro sobre lenguaje y literatura, porque asignas a ambos un
papel central en la sociedad.
JM. No quiero incurrir en el
exceso de decir que el lenguaje o la literatura pueden cambiar el mundo. Hay
una economía, unas estructuras institucionales, unas organizaciones … Ante eso,
una palabra se hace pequeña, chiquitita. Pero el lenguaje nos permite entender la
realidad y articular nuestras respuestas, por humildes que sean.
CC. Esa racionalidad a la que
te referías antes. Sin embargo, la cultura hegemónica es audiovisual.
JM. Sí. Aquella famosa frase
de la imagen y las mil palabras… es falsa. Desde luego, una fotografía describe
el aspecto de un objeto más y mejor que mil palabras, pero las palabras hacen
con el objeto cosas que la imagen no sueña. La clasifican, la explican,
destacan de ella lo relevante, lo útil, le dan un fin… La humanizan. Por eso
precisamente decidí usar una fotografía del planeta Tierra como ilustración.
CC. ¿Lo hiciste porque
llamamos Tierra a nuestro planeta a pesar de que la mayor parte de su
superficie es agua?
JM. Tenia esa idea en mente,
sí, en parte. Pero la capacidad de nombrar es sólo una de las propiedades del
lenguaje. También categorizamos y le damos un sentido a las cosas. Y lo hacemos
a una escala humana, que nos permita entender, disfrutar de la belleza de las
cosas, y en algunos casos actuar sobre la realidad. Por eso contamos la
distancia entre Madrid y París en kilómetros o en horas de vuelo, y no en años
luz o en milímetros.
(…)
CC. Insistes mucho en la idea
de la sencillez, en la precisión del lenguaje. Esto es una constante en tu
propia obra literaria, desde tu primer libro.
JM. Los libros que más me han
emocionado han sido obras escritas con sencillez, fueran novelas, poemas o
relatos.
CC. Sin embargo, se ha
impuesto la idea de que lo más característico de la literatura española ha sido
lo contrario, el barroquismo.
JM. Autores como Quevedo o Góngora
cerraron el Siglo de Oro. Quizá sea por eso por lo que se les ha visto como la
culminación de un proceso, como obras de madurez de toda una cultura. ¿Y si
fueran la expresión de una decadencia? No estoy de acuerdo con esa visión barroca
de nuestra literatura. Yo me siento heredero de El Lazarillo, o ya en
época contemporánea, de las novelas de Benito Pérez Galdós o de Baroja…
Volviendo a los clásicos, El Lazarillo, La Celestina… los poemas
de san Juan de la Cruz o fray Luis de León son obras luminosas. Claras,
sencillas y luminosas. O las Novelas Ejemplares de Cervantes.
CC. Y el Quijote,
claro.
JM. El Quijote es una
genialidad. Una obra maestra. Pero no es para mí un modelo.
CC. Esto que estás diciendo
te puede crear algunas enemistades.
JM. Podemos reconocer la
grandeza de algo y al mismo tiempo no tenerlo por modelo… No creo que a la
literatura le vengan tan bien los consensos. El Quijote es una obra
paródica. Sin el objeto cultural parodiado, que es la novela de caballerías, la
parodia queda colgada en el aire; nadie lee novelas de caballerías desde hace
cinco siglos. A mí me gusta ver en el Quijote esa lucha entre el hombre
idealista y humanista y la realidad decadente de su época, plagada de
resentidos, oportunistas y gentuza en toda la escala social, desde el plebeyo
hasta el noble. A partir de aquí, la obra, que se estructura en episodios,
resulta reiterativa. Tiene escenas maravillosas, que ya forman parte de la
cultura universal, como la de la batalla contra los molinos, o la de los
galeotes que don Quijote libera, que es una de mis favoritas…
CC. En mi opinión, está a
punto de convertirse más en un documento literario que en una obra viva, porque
el lenguaje que utiliza es cada vez más lejano del actual, y también porque la
cultura y los referentes culturales han cambiado mucho.
JM. Estoy de acuerdo
contigo... aunque con eso que afirmas tampoco harás muchos amigos… En cualquier
caso, sigue siendo una síntesis maravillosa de lo que estaba ocurriendo en la
España de la Contrarreforma, el fracaso del humanismo en la España de Trento,
la pérdida de los valores humanistas y sus ideales… He leído el Quijote
dos veces, una en la adolescencia, en la época del instituto, y otra con
veintipocos años, pero no creo que vuelva a leerla completa. Mi obra favorita
de Cervantes es El licenciado Vidriera, una de las Novelas Ejemplares.
CC. El licenciado que toma un
brebaje y se cree hecho de vidrio.
JM. Es
como un Quijote en pequeño. El conflicto básico es similar, el del
humanista contra la realidad reaccionaria, aunque se estructura como aquellas «vidas
de filósofos» de Diógenes Laercio. He citado en muchas
ocasiones el final…
CC. … cuando el licenciado
recupera la razón y no logra ganarse la vida como letrado.
JM. Sí, y se marcha a
Flandes, donde acaba eternizando por las armas lo que había empezado a
eternizar por las letras… Pura ironía cervantina.
(…)
CC. No he acabado de entender el aforismo en el que reivindicas una
novela pluralista y te posicionas en contra de la narrativa fragmentaria («Reivindiquemos la narración del pluralismo y
superemos los fragmentos inconexos de la posmodernidad, vieja prematura.»).
JM. A veces escribo en
primera persona del plural para hablar conmigo mismo, me estoy dando un consejo…
Pero… Tendemos a llamar «novela» a cualquier obra narrativa larga, y esto no es
así. Una miscelánea hecha de fragmentos puede ser una extraordinaria obra
literaria, pero no es necesariamente una novela. Veo la novela como un género
narrativo humanista. El Lazarillo dio voz a otras maneras de ver la
realidad, a otras perspectivas, y al diálogo entre esas perspectivas. Comparémoslo
con la narrativa épica, que ensalzaba al héroe como representante de la nobleza.
La épica es ideológica. El uso del verso o la prosa no es la frontera decisiva entre
épica y novela. La frontera está en otro sitio. Quizá aún mejor que El
Lazarillo, pensemos en La Celestina, con esos diálogos entre la
alcahueta y la doncella cortejada, y los dos criados y el joven caballero… A
eso me refiero básicamente cuando hablo de novela pluralista.
CC. Pero hay técnicas
narrativas en la literatura contemporánea que no existen en los clásicos…
JM. Desde luego. Ahora, podemos
narrar desde el punto de vista de un personaje y luego de otro, saltando de una
perspectiva a otra a veces en el mismo párrafo, y de ese juego extraer una
visión más rica de la realidad… Pienso que la mejor novela de la historia se
gestó en la primera mitad del siglo XX, en el periodo modernista. Hace poco he
leído dos obras de dos británicos: Pasaje a la India, de Forster, e Hijos y amantes, de Lawrence. Son obras maravillosas, de un realismo total, que
superan esa ingenuidad de algunos realistas del XIX, que pensaban que podían
reflejar la realidad sin más. Forster o Lawrence hacen que la novela sea
subjetiva, la humanizan hasta el extremo, sin dejar de ser realista. Dibujan
una realidad más compleja y rica. Luego ha habido como una prolongación de este
impulso, pero también una decadencia… La posmodernidad ha tenido algo de
responsabilidad. Y la economía de consumo, que ha impulsado una industria del
libro con criterios más económicos que culturales.
(…)
Nueva Modernidad
CC: Uno de los conceptos más
interesantes expuestos en El paso, tu ensayo anterior, es, en mi
opinión, el de «Nueva Modernidad». ¿Lo tomaste prestado del sociólogo alemán
Ulrich Beck?
JM. Conozco la obra de Ulrich
Beck superficialmente. Desde luego, no tanto como tú, que eres sociólogo. Llegué
a este concepto por otro camino, por el camino del humanismo.
CC. ¿Qué significa «Nueva Modernidad»?
JM. Me lo pones muy difícil
con esa pregunta. Se supone que vivimos en plena posmodernidad, que todas las
grandes certidumbres se han caído… que ya no creemos en el progreso… ni en el
conocimiento como medio para emanciparnos… Que el lenguaje nos engaña, que todo
depende del cristal con que se mire...
CC. Es un panorama un tanto… desalentador.
JM. La descripción no es mía
y no estoy de acuerdo con ella. Pero seguimos flotando un poco en ese caldo.
Hace años se repetía aquello de «¡sálvese quien pueda!», con sarcasmo, claro.
Pero me preguntabas por la «Nueva Modernidad»… Te contaré algo personal, porque
no sabría explicarlo sin apoyarme en mi experiencia personal… Alguna vez te dije
que yo fui comunista. No sé, quizá nunca fui realmente comunista. Desde luego,
nunca fui un «buen» comunista. Mis padres eran y siguen siendo comunistas de
corazón, de los de base, así que yo en mi infancia bebí la ideología comunista
de una forma natural, veía el mundo a través de esta ideología. Pero en plena
adolescencia, con quince o dieciséis años, comencé a pasar por una fuerte
crisis, porque aquel ideal comunista y sus ideas y sus argumentos, incluso su
ciencia, no cuadraban con la realidad de los países comunistas ni con las
prácticas del comunismo europeo. Mi crisis de la adolescencia debe de ser
parecida a la que experimenta un muchacho que se ha criado en un entorno
familiar cristiano, católico, y se hace preguntas y no se siente cómodo con los
ritos y duda de la misma existencia de Dios. A mí me pasó algo parecido. Dudaba del dios comunista. Salí
de la adolescencia con una terrible confusión de ideas.
CC. Fue entonces cuando
comenzaste a estudiar filosofía.
JM. Por poco tiempo. Abandoné
enseguida los estudios universitarios… Debía trabajar, quería dedicar mi tiempo
libre a leer y a escribir… Pero te hablaba… lo importante para mí en esos años,
como para cualquier persona, era entender el mundo. Necesitaba, porque todos lo
necesitamos, un marco de conceptos y de valores que me permitiera entender la realidad
y vivir en ella.
CC. Estamos hablando, por tu
edad, de los años ochenta, de la primera década de democracia en España tras el
franquismo.
JM. Sí. Estaba muy confuso.
La democracia me resultaba insatisfactoria… ¿Cómo combatir las injusticias del sistema?
¿Existía una alternativa económica democrática al capitalismo? ¿Cómo conciliar
la justicia social con las libertades individuales? Porque yo, por mi carácter,
he sido siempre un solitario; digamos que amo la libertad individual de un modo
congénito. Por aquella época e incluso más tarde, en los años noventa, las
únicas personas que se atrevían a reivindicar la igualdad eran las feministas,
sin renunciar a la libertad, en su lucha por la igualdad de derechos con los
hombres.
CC. Una lucha a la que le
faltan muchos episodios.
JM. Desde luego. Pero fíjate
cómo ha cambiado la condición de la mujer en las últimas décadas, no sólo en
España, sino en todo Occidente… Si miramos la historia con perspectiva, veremos
que las mujeres han dado un gran salto adelante. Y precisamente fue leyendo a
una mujer, a la belga Chantal Mouffe, como empecé a ver que era posible
conjugar la igualdad social con las libertades.
CC. Citas a Chantal Mouffe en
una de las primeras estaciones de El paso.
JM. Sí, para mí fue
determinante, porque me abrió las puertas de todo un campo de pensamiento
político.
CC. ¿Pertenece entonces el
concepto de «Nueva Modernidad» a Chantal Mouffe?
JM. No, que yo recuerde. Al
contrario, sí recuerdo que respalda la posmodernidad. La propuesta de Chantal
Mouffe está dentro del análisis de los discursos políticos. Su visión es
histórica y estratégica, y una de sus intenciones declaradas y legítimas es frenar
los populismos de derechas. Había algo muy productivo en lo que proponía, pero
le faltaba la necesidad. ¿Por qué estos principios y no otros? Existe la mayor
de las diferencias entre apostar por unos principios estratégicamente y hacerlo
porque creemos en ellos.
CC. ¿Puedes explicar esto
mejor?
JM. Si las circunstancias ya
no hacen necesaria una estrategia, ¿nos desentendemos de los principios? ¿Los
cambiamos por otros? Mi opinión es que la igualdad y la libertad están aquí para quedarse porque son principios culturales, y hay que pensar y actuar en consecuencia... Todo esto lo razono en El paso. Pero
había otros argumentos de Mouffe con los que no estaba de acuerdo. Recuerdo que
rechazaba expresamente el humanismo. Y además estaba la cuestión del derecho…
CC. ¿Podrías citar en cuál de
sus libros rechazaba el humanismo?
JM. Leí la mayoría de los
libros de Chantal Mouffe hace unos quince años. Me lo pones muy difícil. No he seguido detenidamente su evolución. No comparto su actual defensa de un cierto populismo de izquierdas, pero sigo compartiendo con ella la idea de que la agonía y el conflicto son básicos en la democracia pluralista. Como
sea, ella se distanciaba del humanismo. En el mundo académico, se suele
identificar el humanismo con el liberalismo. Esto nos ocurre a todos a menudo,
que categorizamos algo incorrectamente y este error nos cierra las puertas a
nuevas posibilidades. Yo había leído mucho a Bertrand Russell, que es liberal,
pero sobre todo un gran filósofo de la ciencia y del lenguaje. Y él identifica
liberalismo con empirismo y con humanismo. No estoy de acuerdo con él. Hay un
humanismo previo al liberalismo, incluso en la Antigüedad, en Grecia, como hay otras
expresiones humanistas en el pensamiento político contemporáneo.
CC. Por ejemplo…
JM. Por ejemplo, además del
liberalismo, claramente el socialismo, porque la socialdemocracia también es un humanismo. Hay ocasiones en
que ambos humanismos se solapan, pero se puede apreciar que se basan en valores
diferentes, o más bien en interpretaciones distintas de los mismos principios. Y
habría al menos un tercer humanismo, que es quizá el que encuentra más
dificultades para estructurarse, un humanismo que busca la igualdad social, celebra la diversidad y se basa en la extensión de la participación política,
sobre todo mediante el sufragio universal y el voto secreto.
CC. Oyéndote, tengo la
impresión de que hemos pasado de esa visión economicista, heredada del marxismo,
a una visión, digamos, cultural.
JM. Sí. Pero todo esto tiene
muchas ramificaciones. Antes mencioné la cuestión del derecho. Y es que,
durante la preparación de El paso, me encontré con que esos principios de
la igualdad y la libertad, que en principio Chantal Mouffe recupera como
principios discursivos políticos, también son principios del derecho democrático,
además de los principios y valores propios del humanismo, como corriente de pensamiento y literaria,
en un sentido amplio. Así que de aquí se derivó todo lo demás: varios tipos de
humanismo y la centralidad del derecho y de la cultura.
CC. ¿Y la Nueva Modernidad?
JM. Las certidumbres de la
modernidad parecían apoyarse en la ciencia; ahora tenemos un pluralismo
humanista basado en principios que se interpretan. Pero no es un pluralismo
ilimitado, sino que acota unos límites. Al contrario de lo que parece impulsar
alguna versión del posmodernismo, su «todo vale», su «todas
las culturas valen lo mismo», tenemos un pluralismo sobre unas bases
culturales vinculadas al derecho, al reconocimiento de la igualdad, a las
libertades individuales, a la participación. Esto es en lo básico lo que llamo
Nueva Modernidad.
CC. Si no he entendido mal,
sustituimos certidumbres científicas por principios interpretables.
JM. Mejor, sustituimos la
ideología por la axiología, que es la ciencia de los valores. Los filósofos de
la ciencia están pensando en esto. Por ejemplo, Javier Echeverría, al que me
gustaría leer con más calma, observa que la práctica tecnocientífica está
impregnada de valores. Pero no nos equivoquemos, dos y dos siguen siendo cuatro
y el Sol no gira en torno a la Tierra. Ciencia y humanismo no son opuestos,
sino complementarios.
(…)
Filosofía y creación
CC. ¿Eres consciente de que
tu ensayo no será bien recibido por el mundo académico?
JM. Lo lógico es que no le
presten ninguna atención. El mundo académico está ensimismado. Sólo soy un escritor y, a mi manera, un filósofo, si
entendemos filósofo en el sentido original de amante del saber. No soy un especialista
ni lo pretendo, y reconozco que muchas de las ideas que expongo son aproximaciones. Mi libro está dirigido a un lector culto al que le gusta pensar, pero no a los especialistas.
CC. Me comentabas antes que
la mayoría de los aforismos los escribiste hace ya dos o tres años. ¿Te ha
costado mucho decidirte a publicarlo?
JM. Mucho. Pero, a fin de
cuentas, me habría gustado leer un libro como El paso o como Agua.
Quizá haya un lector al que le interese y pueda encontrar algo útil en él. Si
dejáramos el mundo en manos de los supuestos especialistas, todos callaríamos. Si todos
calláramos, no habría democracia. Prefiero correr el riesgo de equivocarme.
(…)
Despedida
CC. Hace poco, en una red
social, has comunicado tu intención de cerrar ACVF Editorial.
JM. Fundé ACVF Editorial en
2006 con la intención de aportar un grano de arena a la renovación literaria en
España. El plan era profesionalizar la editorial y luego pasar la dirección a
otra persona, impulsando un ciclo virtuoso. Pero sin presencia en librerías ni
acceso a los medios de comunicación influyentes, nos estamos asfixiando. Si la
mantuviera así, estaría traicionando yo mismo su propósito original. Me he dado unos años de plazo.
CC. ¿A qué te refieres con «ciclo
virtuoso»?
JM. En una empresa o en cualquier otra
organización, primero aprendemos, luego vamos asumiendo responsabilidades,
después enseñamos a otros y luego vamos trasmitiendo responsabilidades. En la
mayoría de las empresas y las organizaciones sociales, suele darse un modelo
opuesto: se constituyen como pequeñas monarquías absolutistas, con sus
conspiraciones, sus luchas intestinas por el poder…
CC. ¿Y después de cerrar
ACVF, no sentirás que has fracasado? ¿Qué harás después?
JM. Lucho por lo que creo. Hemos
publicado libros extraordinarios. Si ACVF no cuaja, quizá en el futuro alguien
pueda estudiar lo que hicimos y en qué fallamos y hacerlo mejor… Posiblemente
cree otra editorial, en la que publicaré las obras de algunos autores con los
que he adquirido un compromiso y para publicarme a mí mismo, pero será una
empresa personal.
(…)
CC. ¿Qué prefieres escribir?
¿novela, ensayo, artículos?
JM. Son géneros muy diferentes
que requieren actitudes muy distintas. De algún modo, el ensayo lo llevas
siempre contigo; vas pensando, vas meditando, desestimando argumentos,
elaborando otros. Los artículos son una respuesta a cuestiones actuales, cosas
que han sucedido, que has leído… Son como una pequeña descarga eléctrica,
ligera y breve. Pero escribir novela es apasionante, es sumergirte en una
realidad propia. Escribir una novela es vivir una vida.
CC. Cierras Agua con
una sección titulada «Despedida». Realmente, más que a despedida del libro,
suena a despedida personal. El último texto es muy hermoso, «Restos». Se diría
que dejas de escribir. O por lo menos de escribir novela.
JM. Hay un gran malentendido
acerca del proceso de creación. No escribimos una novela como hacemos puzzles de cinco mil piezas por las tardes o preparamos bizcochos para desayunar los
domingos. Una buena novela requiere una dedicación total; puede ser una
dedicación breve, pero tiene que ser total. La
alambrada, que algunos consideran mi mejor novela, la escribí en diez días con sus noches;
pero antes había estado tres años incubándola, y luego la edición me llevó varios meses.
En la práctica, he dejado de escribir hace casi dos años, que es el tiempo que ha
transcurrido desde Noticias del fin del
mundo. Llevo conmigo varios proyectos de novela y no sé si algún día podré acometerlos.
Una cosa que oyes, una cosa que imaginas... Los proyectos van dibujándose poco
a poco. Pero las circunstancias de la vida me están llevando a centrarme en otras tareas y me obligan a aplazar los proyectos. Si algún día vuelvo a escribir una
novela, será porque puedo implicarme en ella como siempre he hecho, totalmente.
Veladas de La Garza, en Ischadia.
Extracto de las conversaciones mantenidas las veladas
de los días 23, 24 y 25 de julio de 2016.
de los días 23, 24 y 25 de julio de 2016.
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